Diego Vidal

Recuerdo con cariño aquel día en el que nuestro abuelo Antonio nos enseñó a jugar ajedrez. Fue una experiencia que quedó grabada en mi memoria, y también en la de Manu. Ese mismo día, tras apenas haber aprendido los movimientos de las piezas hacía apenas cinco minutos, tuve la oportunidad de enfrentarme a Manu en una serie de partidas. Para mi sorpresa, en cada una de esas partidas logré darle jaque mate en tan solo cuatro movimientos.

Fueron seis partidas consecutivas en las que la victoria fue mía. La expresión de frustración en el rostro de Manu no se hizo esperar, pero yo estaba encantado con mi éxito. El mate que utilicé para ganar es lo que se conoce como el «mate del pastor», que, curiosamente, fueron las cuatro primeras jugadas que hice en mi vida ajedrecística. Puedo imaginar la mirada de orgullo y la sonrisa de satisfacción en el rostro de nuestro abuelo Antonio en ese momento. Creo que él ya intuía que nos estaba introduciendo en una afición que disfrutaríamos toda nuestra vida.

Nos apuntaron al día siguiente en clases de ajedrez en el Liceo Ourensano con Clemente, del que tenemos gran recuerdo, y al poco terminamos en el club «Casa da Xuventude» donde, gracias a Manolo, creo que llevaba 8 meses jugando y me llevaron a mi primer campeonato de España por categorías representando a Galicia en el que quedé séptimo perdiendo la última.

A los dos se nos daba bien y nos gustaba, empezamos a jugar la liga, a ganar provinciales, nos empezaron a llevar a concentraciones de entrenamiento, a la selección gallega por equipos, a la cual siendo infantil, me mandaron representando a Galicia, con mi hermano como capitán de la selección, al campeonato de España por equipos cadete, del que sólo recuerdo dejarme una dama y llorar como una magdalena.

Al año siguiente gané el campeonato gallego cadete y el peón de oro y al siguiente, gané una medalla de oro como mejor tablero en un campeonato de España por equipos sub-16. Empezamos a jugar torneos internacionales del circuito, y a hacer buenas actuaciones, ganarle a maestros de vez en cuando, pero llegó un momento en el que terminamos jugado solamente la liga y pocas cosas más, no nos desvinculamos del ajedrez pero ya no le dedicábamos casi tiempo a entrenar o jugar. A los dos o tres años Manolo nos propuso dar clases de ajedrez en colegios y en el club, lo cual hicimos mucho tiempo y fue una de las cosas por las que hice educación infantil.